POPULISMO

                                               POPULISMO

                                                           Hugo Esteva

Puede parecer obvio, sobre todo para los lectores de nuestras líneas, decir que cuando el gran poder confundidor quiere destruir un concepto noble o minar un modo de pensar que lo amenaza, toma una palabra para definirlo y rápidamente, en la unanimidad de los medios masivos, la degrada. Eso sucede hoy con lo de “populismo”.

Y, por gastado que parezca, el mecanismo parece resultar útil al mal.

La prensa internacional coincide en esa mezcla intencionada. Hay un populismo de derecha y un populismo de izquierda, lo que ya es bastante difícil de compatibilizar. Pero, encima, están para ellos el populismo de Trump, el de Salvini, el de Putin, el de Bolsonaro, el de Maduro… Difíciles ingredientes para servir juntos. Sobre todo porque se los adereza con componentes tan incompatibles como los polacos, los iraníes… Hasta se agrega un toque de anti-Brexit.

No hace falta abundar. Es elemental darse cuenta de que hay otra dimensión tratando de configurar este irregular paquete. Otros intereses -coordinados o no- confluyen para amalgamar piedras tan disímiles.

Y esos intereses son, fuera o dentro de ninguna conspiración, los que fogonean la revolución permanente. Esa que sigue adelante más allá de que el socialismo y el marxismo que la capitaneaban rayen hoy en el olvido. La verdadera revolución, la que dura, es la que desnudó Augusto Del Noce, prevista con anticipación singular en “El erotismo a la conquista de la sociedad” (“La escalada del erotismo”, Ed Palabra, Madrid 1977). Crítica de la lúcida y luciferina noción de Gramsci acerca de que sólo la demolición de la conciencia cristiana ancestral iba a poder hacer una Europa comunista, la claridad de Del Noce consistió en darse cuenta de que la útima instancia (y la útima meta) de la revolución iba a ser la revolución contra la propia naturaleza.  De ahí el aflorante erotismo iba a conducir, contra lo dispuesto por la naturaleza, a la exaltación de la homosexualidad. Puebas al canto, hoy la crítica de la homosexualidad es prácticamente un delito en casi todo Occidente.

Ahí coincide, a veces con exaltación, a veces poniéndose colorado, casi todo el mundo de los medios y del espectáculo. Hacia allí se trata de conducir a la población desde la niñez. Pero ahí también convergen nuestros gobiernos (nacional, de la ciudad y provinciales), que hoy protegen y promueven esa cultura vector no sólo de la enfermedad del espíritu sino de otras tan carnales como el SIDA. Y en ese sitio el gobierno se reúne con la oposición, cuya más destacada figura (habituada a practicar el canto ajeno, como la calandria) se ha dado vuelta en el aire para promover el aborto y levanta la bandera del feminismo para arrastrar votos.

Los llamados populismos no son para nada homogéneos. Rescatan, en algunos casos, valores de pueblos acosados. Pero lo que sí es homogéneo es lo que se ataca cuando se denosta al populismo.

Las grandes burocracias políticas y financieras internacionales tienen claro que su tarea de demolición de las naciones es sobre todo cultural. La cultura de la degeneración, la cultura de las amazonas, la cultura de la muerte. Por eso han inventado esto del “populismo” para denostar, con un término confuso pero que golpea, a todo lo que se levante frente a ellas tratando de conservar vivas a las patrias.

No obstante, confusos todavía, desordenados pero con fuerza que aumenta, los pueblos hasta ayer aturdidos comienzan a defenderse.

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