LA VIDA ES SUEÑO

 LA VIDA ES SUEÑO

 

     En pocos días cumplo 56 meses de prisión preventiva decretada por un Juzgado Federal de los tantos que mantienen en prisión a los que combatimos al terrorismo armado que asoló el país desde 1964 hasta 1989. Como tengo 79 años de edad y algunos achaques, mi familia y un grupo de amigos me terminaron de convencer que convoque a abogados de fuste para que terminen con esta pesadilla, antes que ella termine con mi vida.

   Si bien ya estoy bastante “institucionalizado”, siguen costándome mucho los traslados a la madrugada cada vez que hay que ampliar indagatoria o cuando nos convocan a anoticiarnos de otro embargo.

   Como no tengo mucha experiencia en asuntos legales, tomé nota – me sobra el tiempo para ello – de los abogados penalistas que más salen por TV.

   Hay uno que me gustó por su serenidad e imagen de equilibrio (hasta creo que le compraría un auto usado), se llama Carlos Beraldi. Me impactó cuando antes de soltar mi mano, en nuestro primer contacto, corroboró la “indebida restricción al derecho de defensa”  que operaba en mi procesamiento. Aún no se había sentado – en esa fría sala de abogados de la Unidad de Ezeiza -, cuando descargó, certero: “Hay muchísimas deficiencias, que en una causa de tanta trascendencia nunca debieron ser permitidas”  ¡No lo podía creer! ¡Al fin alguien que veía lo obvio! Pasó a explicarme que lo realizado en mi contra por la querella, “como trabajo periodístico fue muy exitoso, pero en cuando a efectos judiciales fueron bastante débiles“, para rematarla con un  “la defensa se basa en el respeto a las garantías constitucionales que aquí se han vulnerado”    Casi en un acto místico de Fe, me animé a preguntarle por las probabilidades de lograr el día de mañana, una excarcelación, fue categórico:  “¿Qué riesgo puede existir?  Cuando usted se presentó siempre y está siendo acompañado por un custodio policial. Este permiso se le da a cualquier persona que cumple” Al borde de un ataque de entusiasmo intenté que razonara en los años que lleva la querella acusándome de cuánto delito figure en el Código Penal. Si me permiten, no hay nada probado“, fue su corrección a mi falta de convicción. Con timidez le pregunté por la cantidad de dinero que deberían reunir mis amigos para afrontar esta defensa: Lo hago y lo voy a seguir haciendo con muchísima convicción, no es un problema de honorarios    Quedé fascinado por su bonhomía y desinterés.

  Al día siguiente me visitó el doctor Maximiliano Rusconi. Debo confesar que me dio una impresión distinta. De haber estado en libertad seguro que me pedía hacer las reuniones en alguna parrilla o restorán italiano. “Están violando el Estado de Derecho”, fue su tarjeta de presentación, para decirme que de la primera lectura fugaz del expediente, surge “un escándalo nunca visto antes”. Ahí me dí cuenta que es más ejecutivo que Beraldi. Este va al grano, pensé. Me comentó, en reserva, que “tuve una audiencia con los comisionados de la CIDH que están realmente preocupados por lo que pasa en Argentina”. El corazón me dio un vuelco. “Esta causa está destinada a la nulidad”, pontificó, mientras su mirada se iba detrás de unas fetas de mortadela que paseaba, insolente y despreocupado, un “fierita” del Servicio Penitenciario Federal. Era ya el mediodía.

   Dos días después vino Marcelo Parrilli. Me pareció el más veterano. Mirada de águila. Jopo a lo Trump, pero blanco como la nieve. No me dio tiempo a nada. Me zampó una perorata sin repetir y sin respirar: “Esta gente actúa siempre de la misma manera. Mientras los Gobiernos conservan una cuota de poder, son alfombras y felpudos. En la medida que empiezan a perder el poder van tratando de salvar la ropa y girar. Yo hablo de Poder Judicial y no de Justicia. La justicia es un valor ideal respecto de la cual todos tenemos ideas muy distintas. Lo que hay acá es un Poder Judicial, el más antidemocrático y antirrepublicano de los tres poderes, legado por gente que parecen monarcas de la Edad Media, con una serie de privilegios odiosos que han constituido una casta aristocrática totalmente alejada de todo tipo de participación y control en su gestión”. Me pareció muy teórico, pero bueno, me dijeron que es un capo.

   El cuarto hombre fue Alberto Fernández –aún convaleciente – lo que me demostró que es insistidor como el burro. “Si el derecho funciona, no va a ser condenado” para seguir “Que estén presos es ilegal, es una decisión absolutamente arbitraria, ninguno tiene sentencia definitiva”. Lo percibí cansado, ojeroso, pero firme en sus valores y principios. Me tomó del hombro y sentenció: “Es una detención absolutamente arbitraria porque en el derecho penal argentino todos somos inocentes hasta que se pruebe la culpabilidad. Y aquí nadie tiene sentencia definitiva”. Tuve que confesarle – a las defensas nunca hay que mentirles – que me resultaba inverosímil que se ofreciera a defenderme, siendo uno de los autores intelectuales y organizador de los juicios de la venganza. Me observó unos segundos con esos ojos cansados, con esa mirada bien porteña. “Si yo dejo en pie estas barbaridades, a ustedes, a mí y a los que nos están mirando – de inmediato pensé en cámaras ocultas – en cualquier momento pueden hacernos lo mismo. Y es por eso que reacciono”. Le pregunté qué le había parecido el expediente. Sonrió con sorna: “Hay jueces que van a tener que explicar las barrabasadas que escribieron para cumplir con el poder de turno”.  Basado en las esperanzas que me dieron los anteriores letrados, expuse mi íntimo deseo de lograr la excarcelación para poder atender mejor mi deteriorada salud.  Con una seguridad que contagia, me aseguró: “Hay que revisar las barbaridades jurídicas de los jueces”. “Es ilegal que haya detenidos mientras no existe sentencia firme sobre ellos”.

El último en visitarme para ofrecer sus servicios profesionales fue Gregorio Dalbon. Conocía yo de su bravura y coraje. “Utilizan este juicio por una cuestión política, pero van a tener que suspender el juicio por una cuestión jurídica porque tiene una falencia que tiene que ver con la falta de garantías constitucionales en el debido proceso”.  Me desconcertó cuando profirió amenazante: “si hay algo arbitrario e ilegal que puedan llegar a hacer, que no creo que suceda, el pueblo saldrá a la calle y correrán, sin lugar a dudas, ríos de sangre porque el argentino no es una persona sumisa”Debo reconocer que me pareció exagerado.

Los cinco penalistas mediáticos me habían visitado y expuesto sus criterios jurídicos y profesionales. Sólo restaba elegir cuál me defendería.

Fue en esa encrucijada cuando desperté. El Celador había abierto la puerta de mi calabozo para el recuento de la mañana.

No tengo que ver tantas horas de TV. Es más sano salir a caminar por el patio.

 

 

Nota: Todas las frases encomilladas y en cursivas son auténticas de sus autores y si se googlean puede hallarse la fecha y circunstancia de cada afirmación.

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