La verdad ante todo
El hecho aberrante -pero no sorprendente- de una ofensiva popular contra la Corte Suprema, promovida y alentada por el gobierno nacional, jueces corruptos, organizaciones piqueteras y otros malandras cercanos al poder, con el objeto de apretar al máximo Tribunal para conseguir la impunidad de quienes desde el Estado han saqueado al país, merece el más contundente repudio de cualquier argentino bien nacido.
Por otro lado, sectores políticos de la oposición, instituciones, organizaciones profesionales, medios periodísticos, movimientos sociales, promueven una contramarcha con el propósito de defender la independencia del Poder Judicial, de acuerdo a los más elementales principios republicanos.
Nuestra Asociación, con sobrados títulos para ello, hace y hará oír su repulsa a esta nueva vuelta de tuerca en el plan pre-revolucionario que se está ejecutando sin pausa desde el Estado. Pero es su deber hacerlo con fidelidad a lo que viene denunciando desde su fundación y cuya verdad se vuelve cada vez más visible, más abrumadora, salvo para quienes ya fuere por ingenuidad, ya por ignorancia voluntaria, siguen sin querer ver las causas reales del estado de postración en que se encuentra la Argentina.
En primer lugar queremos advertir que la contramarcha anunciada convoca a la defensa de algo que no existe, porque la independencia judicial fue entregada por los propios jueces – incluidos los de la Corte – al Poder Ejecutivo y a la clase política, como también a otras oligarquías, hace ya casi 20 años.
Esto, como lo venimos diciendo desde entonces, tuvo comienzo a partir del golpe de Estado –es el calificativo que corresponde emplear- que el gobierno de Néstor Kirchner dio contra la Corte Suprema poco después de haber sido elegido presidente. Y su éxito fue posible porque, salvo excepciones contadas, tuvo el apoyo explícito de los partidos políticos y otros grupos de poder, tanto del oficialismo cuanto de una falsa oposición, representados entonces en el Congreso nacional. Muchos de sus figurones se muestran ahora escandalizados por lo que el des-gobierno del trivial Fernández quiere hacer con la judicatura, después de haber sido hacedores de las condiciones para que la Argentina se haya convertido en un país sin jueces dignos de ese nombre.
El resultado fue que entonces, por primera vez en nuestra historia institucional, se desplazó mediante maniobras extorsivas, amenazas y juicios políticos farsescos a los ministros de la Corte, nombrándose en su reemplazo a abogados militantes o simpatizantes de la facción gobernante. Algunos de estos continúan en esa función, después de haber dictado fallos aberrantes e ignominiosos a medida de las necesidades político-subversivas del régimen kirchnerista, al precio de haber entregado a los cerdos la dignidad e independencia inherentes a la más alta magistratura y violar sistemáticamente el orden jurídico en sus principios más fundamentales y universales.
Y ello, con toda evidencia (salvo para quienes no quieren ver y hoy reniegan de las consecuencias de las causas que ellos mismos ayudaron a crear), por los motivos más bastardos que es posible imaginar, a saber:
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Satisfacer un propósito implacable de venganza –que no de justicia-, a ser ejecutado sobre quienes habían frustrado la toma del poder político por argentinos enrolados en el marxismo revolucionario, apoyados, entrenados y armados por estados extranjeros.
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Ratificar un pacto explícito entre el gobierno kirchnerista y las oligarquías políticas y corporativas asociadas a aquel con el fin de asegurarse el control absoluto del Estado.
iii. Mantener congelados los juicios contra los máximos responsables de la corrupción instalada y conducida desde el Estado, tolerando las demoras insólitas de los jueces inferiores manifiestamente cómplices de las oligarquías gobernantes.
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Contribuir a la ruina material –en algunos casos también moral- de las fuerzas armadas y de seguridad de la nación, tornándola vulnerable hasta el extremo que cualquier otro país, por pequeño que sea, podría humillarnos y derrotarnos en cuestión de días.
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Apoyar la colonización de la nación y del Estado por ideologías perversas, importadas de individuos, ONG’s y países decadentes, extrañas y opuestas por completo a nuestras creencias y tradiciones, con el propósito declarado de encuadrarnos con docilidad en lo que llaman “orden mundial” o “globalismo”, lo que nos ha traído una miseria no solamente económica, sino también cultural y moral, como jamás conocimos los argentinos, otrora orgullosos de nuestras formas de pensar y sentir.