INJUSTICIA Y SILENCIO. OPERATIVO INDEPENDENCIA

INJUSTICIA Y SILENCIO. OPERATIVO INDEPENDENCIA

EDITORIAL

Recientemente publicamos en estas páginas una carta que la patriótica y fogosa Luz García Hamilton dirigió en Tucumán a quienes la siguieron y acompañaron en su decidida cruzada en favor de los hombres ignominiosamente sometidos a un juicio criminal vinculado con el Operativo Independencia. La carta de nuestra amiga trasunta sin tapujos – sin tapujos es ella, de pies a cabeza – su frustración por el fallo judicial dictado hace pocos días – cuyos fundamentos no se conocen aún – el que si bien absuelve a algunos imputados, condena a otros a gravísimas penas de prisión. Por supuesto, las absoluciones provocaron una ola de repudio por parte de los bien organizados grupúsculos de la ultra izquierda y del kirchnerismo.

Como sabemos, desde 1970 las organizaciones subversivas del ERP, adiestradas en Cuba y apoyadas luego por Montoneros, después de aterrorizar durante años al pueblo tucumano hundiéndolo en un desesperado estado de inseguridad y zozobra mediante asesinatos, secuestros extorsivos, robos, toma de pueblos, etc., en el año 1975 se habían hecho fuertes en la selva tucumana con la idea de invocar su dominio sobre un territorio para ser reconocidos internacionalmente. Las acciones militares en la provincia de Tucumán, conocidas como “Operativo Independencia”, fueron ordenadas por el gobierno constitucional de María Estela Martínez de Perón mediante decreto 261/75.

No pretendemos relatar aquí la secuencia posterior de los hechos que condujeron, no sin grandes pérdidas humanas, a la derrota de los terroristas y a la pacificación de Tucumán. Sólo nos interesa comentar, por ahora y hasta que conozcamos los fundamentos de la sentencia, dos aspectos de este asunto. El primero, que 47 años después de los hechos – ¡léase bien: 47 años! – se someta a juicio, y se condene a prisión perpetua, en base a declaraciones de adiestrados testigos militantes, a soldados que cumplieron la orden impartida por el gobierno nacional y su comandante en jefe, de aniquilar a ese terrorismo militarizado que había invadido la provincia. El segundo, la impresionante apatía actual de la mayoría de los tucumanos que vivieron aquellos terribles años y que fueron literalmente salvados de las garras del comunismo por estos hombres y por los muchos que valientemente murieron en acción. Es claro que la apatía y el desagradecimiento no es patrimonio exclusivo de los tucumanos, sino en general de los argentinos.

Justicia y Concordia presenció en Tucumán dos audiencias de testigos y pudo calibrar vívidamente la lamentable parodia de este proceso dirigido por “jueces” que manifiestamente carecen del mínimo atributo para tan alta función, impulsado por fiscales y acusadores absolutamente ideologizados, y probado con testigos de cargo impúdicamente militantes e interesados en la condena a cualquier precio.

Sobre los años transcurridos desde los hechos decimos esto: ¿es posible que un tribunal de justicia que merezca ese nombre admita juzgar a personas por hechos de ocurridos hace 47 años, y esto, además, sobre la base de “la memoria” de testigos militantes, manifiestamente enemigos de los imputados? La respuesta es obvia: no, no es posible. No es ni lógica ni jurídicamente admisible. Nada nuevo inventamos al decir esto: la improcedencia de semejante cosa ha sido declarada por nuestros tribunales, y los del mundo, en reiteradas  oportunidades. Semejante proceso y semejantes condenas sólo son posibles en este país porque nuestra administración de justicia – en general – está hoy integrada por ignorantes, o ideólogos, o timoratos que ni siquiera se sienten limitados por la ley positiva (¡qué digamos de la ley natural!), ni tampoco por la lógica, en virtud de lo cual se sienten libres para actuar sin límite alguno, con total arbitrariedad.

Nuestro segundo comentario alude a lo dicho sobre la apatía general de los tucumanos, en contraste con el pequeño grupo de abogados defensores y de patriotas que rodea a Luz García Hamilton. Sucede ello, lamentablemente, en Tucumán, pero también en el resto del país. Cuando uno visita en sus prisiones a estos hombres que saben que cumplieron con su deber, advierte dos causas principales de amargura: una, la prisión injusta en sí misma; la otra, el impresionante desagradecimiento de los argentinos por quienes lucharon.  

 

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