“…estuve en la cárcel, y vinisteis a mí…”S. Mateo 25:35-40

“…estuve en la cárcel, y vinisteis a mí…”S. Mateo 25:35-40

EDITORIAL

   Puede entenderse que una sociedad esté en franca decadencia. Puede aceptarse que un país reniegue de sus orígenes, dinamite a diario su cultura, se deje caer por el túnel hediondo que arrastra hacia los pozos donde sucumben la naciones que han abandonado su rumbo. No sería ni la primera ni la última vez en la historia de la civilización conocida.

   Pero que esa profunda crisis tenga como protagonista, de igual a igual, a los miembros de un credo milenario, es para despertar particular inquietud. Como en el tango Cambalache, todos parecemos nadar en el mismo lodo. La Iglesia católica es uno de los pilares fundacionales de la argentinidad. Sus religiosos han participado activamente en las jornadas decisivas de la historia patria, desde su nacimiento.

   Sería ingenuo – más allá de la fe que pese a todo conservemos – intentar disimular los vicios mundanos de sus hombres y mujeres inclinados por una vocación tan sublime. Nadie olvida que en nuestro pasado reciente de cruentos enfrentamientos, sus bendiciones rociaron de agua bendita a las armas de la Nación; como en no pocas ocasiones, absolvieron y hasta estimularon – sin detenernos en aquellos que llegaron a empuñar pistolas y granadas – la formación, el desarrollo y el accionar de las bandas terroristas que sembraron la Argentina con el odio de clases, la muerte emboscada y una prédica que, vaya paradoja, de haber alcanzado el poder – cosa que aún puede suceder – los tendría entre sus primeras víctimas.

   Está clara la actitud manifiesta del Obispo de Roma. Su viaje a Colombia de 2017, despertó en los argentinos la fallida esperanza de una futura misión de paz para el Río de la Plata. Pero no fue así. En el presente pareciera más sencillo mediar en los conflictos de Sudán, que aportar al cierre definitivo de las heridas vernáculas de los 70’.

   Pero el Espíritu Santo obra a pesar nuestro. El reciente restaurado Obispo Castrense predica – como Cristo en el desierto – por la falta de justicia en las llamadas “causa de lesa humanidad”. Pareciera suficiente para un país devastado y sin una dirigencia con objetivos claros, valederos y ciertos.

   ¿Pero qué ocurre con la caridad cristiana? Cientos de miembros de las FFAA, de Seguridad, Policiales, civiles y también sacerdotes, sufren desde hace ya muchos años el estigma, la prisión, la falta de atención de todo tipo ¿Dónde están sus Capellanes? ¿Siguen alojados en los Casinos? ¿Perciben aún salarios castrenses por sus tareas pastorales? ¿Comparten la mesa con nuestros militares, gendarmes o policías en actividad?

   ¡Qué bueno sería que visitaran a sus hermanos presos en los distintos penales! ¡Qué acercaran los Sacramentos a los enfermos! ¡Qué llevaran una palabra de aliento, un párrafo del Evangelio a la soledad de sus hogares, donde aguardan la muerte en dilatados arrestos sin condenas!

   ¿Por qué habrían de hacerlo? Sencillamente porque: “De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.”

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