DECLARACION- ENAMORADOS DE LA MISMA PIEDRA.

La Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia no puede guardar silencio, como nunca lo ha hecho, ante acontecimientos que violentan gravemente las instituciones básicas de la Patria.

Nuevamente jueces corruptos han tomado decisiones dentro de un plan de impunidad para amparar a los delincuentes que se han apoderado de la república, por lo cual difundimos la declaración que se remite adjunta.

Carlos Bosch, Secretario  –  Alberto Solanet, Presidente

 

De este grupo de magistrados,
nacidos de lo peor de la política para juzgar a la política,
sólo cabe esperar que sigan haciendo, precisamente, política y no justicia.
La Nación, Editorial, 26/6/2016

Enamorados de la misma piedra

La jueza Servini de Cubría, la misma que en los años ’90 saltó a la  fama logrando que se censurara a Tato Bores, resolvió rechazar in limine la acción promovida por nuestra Asociación para que se reabriera la causa penal instruida con motivo del hecho terrorista más brutal cometido en nuestro país por Montoneros: la voladura del comedor de la Superintendencia de Seguridad de la Policía Federal.
Esta decisión de la jueza es aberrante, pero no sorpresiva. De hecho – que no de derecho – mantiene lo que hemos llamado un derecho de dos velocidades, según el cual solamente los que combatieron contra los Montoneros, el ERP y otras organizaciones guerrilleras cometieron delitos de lesa humanidad, mientras que los terroristas – al fin y al cabo, jóvenes idealistas – en el peor de los casos habrían cometido delitos comunes y, por ende, amnistiables, indultables e incluso prescriptibles.
Pero no sólo esto. Muy pronto esos terroristas fueron llamados víctimas y gradualmente convertidos en héroes. Recibieron toda clase de homenajes, sus nombres inmortalizados en lápidas y monumentos, obtuvieron – ellos o sus deudos – indemnizaciones que suman centenares de millones de dólares pagadas por todos los argentinos y, para mayor escarnio si cabe, nombramientos como empleados del Estado, a veces en los más altos cargos. De repente, haber sido montonero o erpiano – o simplemente hijo de ellos – se convirtió en algo parecido a un título nobiliario, en una nación que alguna vez los había abolido.
Mientras todo esto ocurría, los argentinos hemos estado asistiendo a un cambio gradual de nuestro paisaje. Gobernados por una calaña cada vez peor, el país vio acentuarse su decadencia, mientras crecían la pobreza, la corrupción y la inseguridad.
Empezamos a sentir que se nos compelía a ver como enemigos a otros argentinos, en razón de su condición de militares, policías o gente de campo. Vinieron las tomas de tierras, alentadas por capitanejos barriales protegidos de jefes comunales. Vemos territorios y ciudades como Rosario convertidas en distritos narco, donde la vida de cada uno está tasada: vale lo que se le paga a un pibe sicario para que la suprima con cuatro balas. Bandas ejerciendo violencia extrema en el bellísimo sur del país, integradas por delincuentes disfrazados de indios que invaden territorios nacionales y fundos privados. Y todo esto y muchos ejemplos más se suceden día a día en las barbas de un Estado desentendido y ausente, desde el cual se execran el mérito y el esfuerzo personal, mientras se nos agobia con cargas fiscales que se asemejan a los delitos de exacciones ilegales y concusión.
El derrumbe de la moral colectiva que constatamos, es la consecuencia de la vileza de un sistema político y una forma de gobernar, sostenidos en la bajeza de unos dirigentes –sociales, gremiales, empresariales, políticos, religiosos- tan inútiles como corruptos, que – salvo contadas y por ello honrosas excepciones – se comportan como verdaderas oligarquías desde sus partidos y corporaciones, mientras mantienen cautivo al Estado de sus chanchullos, robos y obscenidades. Ello va degradando al pueblo, que sólo cuenta para aquellos por su voto, mientras se va convirtiendo en mero instrumento del Estado.
Por si algo nos estaba faltando, dos jueces de la Cámara Federal de Apelaciones – uno de ellos célebre por la saña con que juzgó a militares, policías, gendarmes y otros miembros de las fuerzas de seguridad en los juicios llamados de lesa humanidad – sobreseyeron definitivamente a los miembros de la familia Kirchner, en una de las causas instruidas contra ellos por la comisión de delitos varios.
Frente a este último hecho, algunos de esos dirigentes se muestran (o quieren mostrarse) estupefactos, balbuceando que cuesta creer que exista en la Argentina un sistema de justicia. La mayor parte de ellos, sin embargo, son responsables directos, activos, de lo ocurrido. Avalaron el prevaricato de los jueces federales y de la mayoría de los integrantes de la Corte, como consintieron la infamia de hacer héroes nacionales de terroristas y asesinos.
Consintieron que jueces de todas las instancias y miembros del ministerio público se convirtieran en títeres del poder ejecutivo. Todo lo cual, para mayor sarcasmo, en nombre de una ideología llamada de los derechos humanos, que impide discernir entre lo justo y lo injusto, entre lo bueno y lo malo.
¿Qué esperaba entonces esa dirigencia? ¿Qué la historia no se repitiera? ¿Olvidan que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra? ¿Y que algunos parecen estar enamorados de la piedra? Hegel, según Marx, habría dicho en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero Marx advierte de inmediato que Hegel se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa. Por nuestra parte es bueno recordar que farsa, en sentido despectivo, se dice de una obra dramática desarreglada, chabacana y grotesca.
Pero eso no la torna necesariamente cómica. El desarreglo, la chabacanería y lo grotesco también pueden ser cruelmente trágicos.

Buenos Aires, 30 de noviembre de 2021.
Carlos Bosch Secretario
Alberto Solanet  Presidente

Comparte este publicación