Vieja vs. nueva política

Vieja vs. nueva política

Editorial diario LA NACION 24 de enero de 2018

 

Quedarnos entrampados en el pasado nos conduce a más enfrentamientos; solo la unión y la reconciliación nos permitirán superar los grandes desafíos del presente

 

24 de enero de 2018

 

Cuando el perro se muerde metódicamente la cola, queda entrampado en una inconducente recurrencia. Los argentinos sufrimos desde hace muchos años ese atavismo histórico que nos ata al pasado, condicionando irremediablemente nuestro presente y postergando de manera indefinida el futuro que merecemos transitar.

 Nadie puede ganarle al paso del tiempo. Aunque muchos de nuestros jóvenes solo hayan oído hablar de la década del 70, esta sigue instalada entre nosotros, no ya como un dato histórico, sino como foco de apasionadas controversias, agitando acusaciones de uno y otro lado, sin otro horizonte que el del enfrentamiento doloroso, inconducente y, por lo tanto, estéril.

Tan lejanos son estos hechos que muchos de sus protagonistas ya no están entre nosotros. Sin embargo, un vasto sector de nuestra sociedad está firmemente persuadido del valor de “hacer escuela”, de adoctrinar a las nuevas generaciones en una sola postura, como si superar los desencuentros fuera herético. Como si debiéramos continuar haciendo una especie de honroso, y por demás redituable para muchos, culto a la sangre derramada.

¿Qué lugar ocupamos quienes aspiramos a una reconciliación verdadera? ¿Seremos acusados de falta de memoria, de ausencia de patriotismo, de traumática indiferencia? ¿Cuántos somos los que desearíamos dedicar toda esa energía malgastada en pelearse en ponernos de pie como Nación cuando hay tanto por hacer?

 Nicolás Massot, brillante joven, presidente del bloque de Pro en la Cámara de Diputados de la Nación, ha dicho en una reciente entrevista periodística que se define como admirador de Nelson Mandela: “Con los años 70 hay que hacer como en Sudáfrica y llamar a la reconciliación”. Fue una opinión valiente en medio de un relato aún hoy inflamado que no admite otras opiniones, menos aún las divergentes. Con más reticencia que sorpresa, dirigentes de larga trayectoria como Ricardo Alfonsín, pusieron enfáticamente en duda incluso que el legislador hubiera querido decir lo que en definitiva dijo, con absoluta claridad. “Las declaraciones de Massot son un despropósito”, disparó el dirigente radical. Sumaron también sus cuestionamientos representantes de otros sectores, como la legisladora Cecilia Moreau (Frente Renovador), acusando livianamente al Gobierno de intentar enviar ese pasado al olvido. Tampoco pudieron superar su apego a tradicionales enconos el inefable diputado camporista Eduardo de Pedro; ni Agustín Rossi, jefe del bloque kirchnerista; ni el dirigente Humberto Tumini (Libres del Sur), ni algunas viejas y siempre parciales organizaciones de derechos humanos.

Para los jóvenes, la democracia es una realidad, no una institución por recuperar, razón por la cual la plataforma de despegue es bien distinta. La brecha generacional marca una diferencia abismal. Con 33 años, Massot mira hacia adelante, distingue hechos de visiones particulares y propone comprometer esfuerzos para erradicar la pobreza y la inflación, por ejemplo, al tiempo que reconoce el valor de dejar atrás aquel triste capítulo, sin caer en el olvido ni cerrándolo de cualquier manera.

Para la vieja retórica, el futuro ya no les pertenece y el protagonismo que buscan solo se asocia al pasado. Desde ese lugar es desde donde mejor se alimenta la intolerancia y el revanchismo. Si no barajamos y damos de nuevo, el acotado espacio de la agenda política continuará dejando afuera a los auténticos desafíos que nos impone el presente. Debemos fijar nuevas prioridades y dejar de anteponer ese pasado a todo lo demás para no continuar equivocando tan dolorosa como peligrosamente el rumbo.

Las nuevas generaciones y los desafíos del presente nos invitan a reconciliarnos y a trabajar unidos para superar los obstáculos que aún nos retienen entrampados en un doloroso pasado. Nada bueno podrá depararnos el futuro si no logramos deponer los odios y los viejos rencores.

Afortunadamente, el tiempo transcurre y es ley de la vida que quienes peinan canas deben cederles espacio a los jóvenes. Qué bendición que sean muchos los jóvenes que, como Massot, prefieren dedicarse a trabajar por la reconciliación y el encuentro de los argentinos antes de continuar alimentando el nefasto espíritu de venganza que habita en muchos de los mayores y que tanto daño ocasiona. Hay mucho por hacer. No hay más tiempo que perder cuando la realidad nos convoca a la acción. Es tiempo de cerrar heridas, aprendiendo del pasado, pero dispuestos también a dejarlo atrás. El futuro nos convoca. Argentinos a las cosas.

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