EL SILENCIO DE DIOS (prólogo del libro de R. Gambra)

EL SILENCIO DE DIOS

(prólogo del libro de R. Gambra)

Estas líneas extractadas del prólogo de Gustave Thibon al magnífico libro de Rafael Gambra: “El silencio de Dios”, escrito en los sesenta, , son un canto a la esperanza y a la templanza y un aliciente para seguir luchando por el Bien y la Verdad en medio de tantas dificultades.

Carlos L. Bosch

… En un siglo en que reina el conformismo del absurdo y del desorden, en que el ídolo de la revolución permanente se ha convertido en centro de atracción para los rebaños de esclavos teledirigidos, nada hay más nuevo ni más insólito que predicar el retorno a las fuentes y defender la naturaleza y la tradición. “Nunca como hoy el genio de una época se ha aplicado a la destrucción minuciosa de su propia “ciudad humana”- de sus valores y de su sentido – hasta el extremo paradójico de que el conformismo ambiental se expresa hoy por la actitud revolucionaria…

La Ciudad de los hombres que defiende Rafael Gambra está hecha de un conjunto de lazos vivos y vividos que, a través de los diferentes niveles de la creación, mantenían al hombre unido a su origen y le orientaban hacia su fin. La casa, la patria, el templo le protegían contra el aislamiento en el espacio; las costumbres, los ritos, las tradiciones, al gravitar las horas en torno a un eje inmóvil, le elevaban por encima del poder destructor del tiempo.

Hoy estamos presenciando la agonía de esta Ciudad de los hombres. El liberalismo, al aislar a los individuos, y el estatismo al reagruparlos en vastos conjuntos artificiales y anónimos, han transformado a la sociedad en un inmenso desierto cuyas ciegas arenas son arrebatadas en los torbellinos del viento de la historia. Y el hombre, víctima de este fenómeno de erosión, no tiene ya morada en el espacio (se ve a la vez en prisión y en el destierro), ni punto de referencia en un tiempo por el que corre cada vez más de prisa sin saber adónde va.

Las Ciudades de antaño, al enlazar al hombre con las realidades visibles e invisibles, le ayudaban a elevarse sobre sí mismo. Hoy día, el ideal que se le propone no es vertical sino horizontal, está en la carrera misma, en la “huida hacia adelante” y no en el crecimiento espiritual… En este punto, los luminosos análisis de Rafael Gambra sobre la aceleración de la historia coinciden con los recientes juicios de una joven filósofa francesa, Francoise Chauvin: Los hombres han deseado siempre cambiar, pero en otro tiempo deseaban ese cambio para acercarse a aquello que no cambia, al paso que hoy quieren cambiar para adaptarse a lo que de continuo cambia… El hombre se encuentra así reducido al más pobre de sus atributos, al más próximo a la nada; el cambio indeterminado, sin principio y sin objeto….

Las páginas más emocionantes y más dolorosas son aquellas en las que el autor analiza los efectos de este proceso de desintegración en el seno de la Iglesia Católica. El progresismo católico corta los puentes… entre el hombre y Dios, la tierra y el cielo. Una religión que disuelve lo eterno en la historia y que rechaza, como adherencia de un pasado para siempre concluso, prácticas y ritos que son el punto de inserción de lo infinito en el espacio y de lo eterno en el tiempo, no será más que un vago humanitarismo, sin forma y sin contenido. En ella, la prostitución de los ídolos del siglo se reviste del vocablo halagüeño de “apertura al mundo”; la mescolanza y la confusión se presentan como un progreso hacia la unidad, la deserción se disfraza de “superación”…

Bérulle definía al hombre como una nada capaz de Dios. Pero he aquí que ese hombre se transforma cada vez más en un falso dios, incapaz del Dios verdadero. ¿Llegaremos hasta el término de esta subversión y habrá que desesperar de la Ciudad de los hombres?… El cristiano, a imitación del apóstol San Pablo, está obligado a esperar contra toda esperanza (contra spem in spe), porque Cristo ha vencido al mundo y esta victoria abarca la totalidad del tiempo y del espacio. Y por inciertas que sean las posibilidades de éxito, nuestra misión aquí abajo consiste en restaurar pacientemente, en nosotros y en torno nuestro, las condiciones para una restauración de la Ciudad de los hombres: es decir, en preparar un porvenir a la eternidad…

 

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